Past Lives – El destino, el amor, y la vida

La película de Celine Song, nominada a mejor guion original y a mejor película en los Premios Oscar de 2024, es una oda al amor, a la vida, y al destino.

La entrada a la película es sublime, ya que presenta a ambos personajes, vistos desde fuera, y mostrando una conexión muy especial entre ellos. Dura el tiempo preciso como para grabar esa complicidad entre Nora (Greta Lee) y Hae Sung (Teo Yoo) en la mente del público. 

Justo después arranca la historia en Corea del Sur, cuando los protagonistas son pequeños. Se percibe en la pantalla una relación de amistad pura, y sin preocupaciones, que ve su fin anticipado cuando la familia de Nora se muda a Canadá.

Hae Sung no es capaz de comprender el porqué, y quedará marcada en su corazón la tristeza vivida por ver marchar a su amiga. Nora, por su parte, vive un proceso de integración en un país muy diferente al suyo.

Pasan 12 años, y por casualidades de la vida (o quizás por destino), los dos personajes conectan de forma inesperada a través de una red social. Por un lado Hae Sung ha terminado el servicio militar obligatorio; por otro, Nora se marcha a Nueva York a perseguir su sueño de convertirse en escritora.

Sin embargo, ninguno de los dos se ha olvidado de la otra persona. Aprovechan la oportunidad, se escriben, y deciden hablar por videollamada. Con mucha ilusión, y poco a poco, van reconstruyendo su amistad, que ambos daban por perdida, y forjando una relación cómplice.

Comparten su día a día, sus planes, y sus preocupaciones, pero con el paso de los meses, el entusiasmo inicial se enfrenta a obstáculos que lo van debilitando, hasta extinguir casi por completo la luz que tanto se asemejaba a la amistad de los primeros años.

En una escena descorazonadora para los dos, Nora le dice a su amigo que quiere comprometerse con su vida en Estados Unidos, y que piensa que lo mejor para ellos es dejar de hablar. Hae Sung no quiere dar por perdida la oportunidad de seguir conectado con ella, pero finalmente, y con el corazón roto, acepta la petición de la joven.

Es entonces cuando Nora se marcha a un retiro de escritores, mientras que Hae Sung se centra en sus estudios y en su trabajo. Es la segunda vez en el largometraje que se ve cómo las vidas de los dos protagonistas se alejan la una de la otra, después de haber estado estrechamente unidas.

Durante el retiro, Nora conoce a Arthur, un joven con su mismo sueño, y que con el paso del tiempo se convierte en una de las personas más importantes en su vida.

Es en este momento en el que la película menciona por primera vez el término coreano «in-yeon«, que quiere decir «providencia» o «destino», y es utilizado específicamente para referirse a las relaciones entre las personas . Se trata de un término budista, que habla de que si por ejemplo, dos personas se cruzan por la calle, y sus ropas se rozan por casualidad, quiere decir que en sus vidas pasadas, debe haber habido algo entre ellos. Nora conluye su reflexión añadiendo que, si dos personas se casan, eso significa que han debido de suceder 8.000 capas de «in-yeon» en otras vidas.

En esta escena íntima, capturada con una bellísima delicadeza, comienzan una relación que desemboca en un matrimonio feliz.

Pasan de nuevo 12 años, y Arthur y Nora tienen una vida juntos, asentados en Nueva York. Un día mientras caminan, Nora le cuenta a su marido que Hae Sung visitará la ciudad, y por tercera vez, sus caminos vuelven a cruzarse.

Momentos antes del esperado reencuentro, se perciben los nervios de ambos . En otra escena preciosa, cuando por fin se ven, los dos se muestran incrédulos de tenerse tan cerca, y saborean el momento hasta que Nora le da un abrazo a su amigo de la infancia. Hace esto sin poder esconder una sonrisa que llena la pantalla, correspondida también por él.

A partir de aquí, se relajan y viven su amistad como si no hubiera pasado el tiempo, mientras pasean por la ciudad de Nueva York. Personalmente, la química y la complicidad que existe entre los dos protagonistas, nos hace recordar esa relación tan pura que existía entre Ethan Hawke y Julie Delpy en Antes del amanecer, de Richard Linklater. En las dos películas, el destino, el amor, y la vida, son los principales motores de la historia.

Un plano sutil de las dos manos agarrados a un poste en el metro, tan cerca de tocarse, pero con la seguridad de que nunca lo harán, mantiene al público expectante de lo que deparará el camino de los dos por la Gran Manzana.

Mientras mantienen una amplia conversación sobre sus vidas, con reflexiones por parte de cada uno, les acompañamos con una serie de planos que son técnica y estéticamente sublimes.

En este tramo de la película se profundiza en el papel de Arthur, y nos enseña a un hombre comprensivo, y muy enamorado de su mujer, que no se interpone entre ella y Hae Sung, pese a mostrarse algo inseguro.

Ligeros tintes de humor se cuelan en el largometraje alrededor de este personaje, que por amor llega a aprender coreano, y al que en nuestra opinión, es muy difícil detestar. Incluso realiza un monólogo de madrugada donde reflexiona y se ve a sí mismo como el «malvado marido americano», entre risas de Nora.

Al día siguiente, los protagonistas vuelven a verse para poder aprovechar esos últimos momentos que tienen para disfrutar de la compañía mutua, antes de que Hae Sung vuelva a Corea. En algún momento, el público puede verse inclinado a pensar que algo puede suceder entre los dos, un beso, una caricia, pero pese a contar con oportunidades, saben que es algo que no va a suceder.

Y es esto uno de los factores que hacen a la película diferente a muchas otras: por mucho que ambos quisieran, la historia no va a terminar con un final feliz, o al menos, no va a terminar con ellos juntos, y los dos personajes son conscientes de ello.

Más tarde, Hae Sung sube al piso de Nora, y conoce a Arthur, que le da la bienvenida en coreano, a lo que el visitante responde en inglés. Salen a cenar, y después van los tres a tomar copas. Esto nos traslada de nuevo al inicio de la historia. Donde antes todo era confuso, ahora cobra sentido.

Aquí tiene lugar el intercambio más bonito de toda la película, cuando Nora y Hae Sung mantienen una conversación desde el corazón. Aunque esté Arthur sentado al lado, se cierra el plano en los dos, y hablando en coreano, Hae Sung dice que no se imaginaba que verla a ella feliz le haría tanto daño.

Se sinceran ambos, y empiezan a pensar en qué hubiera sido de sus vidas si él hubiera acudido cuando tuvo ocasión de encontrarse con ella, o si ella no hubiera cambiado de país cuando eran niños.

Llegan a la conclusión de que en alguna vida pasada, estuvieron relacionados, pero que en esta, su «in-yeon» es Arthur, y no hay nada que hacer contra el destino. Es enternecedor cuando en un momento que tienen a solas Hae Sung y Arthur, este último le dice, de corazón, que se alegra de que hubiera viajado hasta Nueva York.

La película termina con una despedida desgarradora, donde los dos protagonistas se limitan a contemplarse. Con cada segundo que pasa, se acerca el temido final, que tiene lugar con un abrazo, y que les traslada a lo que sucedió 24 años antes en Corea del Sur. Antes de entrar definitivamente en el coche, Hae Sung se gira, y le dice a Nora que quizá este «in-yeon» les sirva para, en la próxima vida, estar juntos. Ninguno de los dos sabe lo que les deparará el destino, pero esperan volver a cruzarse.

Con cada paso que da de vuelta a su casa, Nora se va dando cuenta de que sus caminos se separan otra vez más, quizás para siempre, y rompe a llorar en los brazos de Arthur.

La película nos deja con el siguiente mensaje: la vida puede ser preciosa, pero a veces, la demostración de amor más grande que puedes llevar a cabo, es la de dejar ir a tu alma gemela, y aceptar que el destino tiene reservados otros planes para los dos, por mucho que duela.

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