La Bête – Un espectáculo esperpéntico

Antes del inicio de la película, el director, Bertrand Bonello, se grabó mandando un mensaje a los espectadores, donde les pide que las salas no mueran, y donde afirma que la experiencia de ver una película en el cine es “inigualable”. 

Suscribimos cada una de sus palabras, porque es imposible que una persona aguante hasta el final de este largometraje viéndolo en el salón de su casa. 

Gabrielle (Léa Seydoux) y Louis (George Mackay) protagonizan una de las historias de amor más enrevesadas de estos últimos años. En una distopía, buscan la atención de la otra persona, a través de diferentes momentos. El hecho de que la historia no pare de saltar entre presente, pasado, futuro, realidad, y simulación, no hace más que continuar echando leña al fuego de la confusión.  

Otra de las razones que hizo que la película fuera tan floja, en nuestra opinión, es el hecho de que la conexión que se ve entre los dos personajes no transmite absolutamente nada. No es tanto por las interpretaciones, más por el hecho de que la audiencia está durante todo el transcurso de la película desubicada, confundida, y sin sentir un nexo real con los protagonistas. 

Al menos el contraste entre la vida real, cuadriculada, con márgenes muy estrictos, choca con las simulaciones, llenas de gamas de diferentes colores, y cierta vitalidad que se echa en falta en la mayoría de espacios del «presente» de la película. 

El mensaje del director en contra de la mecanización del mundo queda claro, cuando la película saca a colación todos los problemas generados por la inteligencia artificial en la distopía presentada. Los humanos tienen una tasa elevadísima de desempleo, y aquel que se les ofrece tiene funciones demasiado básicas. Todo esto a menos que se sometan al proceso de “purificación”, que les permitirá vivir su vida con mayor eficiencia, dejando de lado las emociones. 

En el tramo menos extraño del largometraje, este se mantiene de manera lineal, desde el momento en el que Louis aparece grabándose a sí mismo como un influencer resentido en la ciudad de Los Ángeles, hasta un evento que sirve como punto de inflexión, casi al final de la historia.

Es en esa resolución, cuando se acerca al clímax de la película, donde el director sí que consigue atrapar a la audiencia y que sintamos lo que va sintiendo la protagonista. Su ansiedad, temor, y desaliento se ven reflejadas de una manera muy cruda, lo que ayuda a que nos pongamos en su lugar.

Más allá de ese momento, la película carece de elementos que ayuden a sentir una conexión real con nada de lo que vemos en pantalla, e incluso el desenlace nos dejó indiferentes. Quizás el director trató de abarcar demasiados temas, o quizás simplemente no consiguió transmitir todo lo que él quería.

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